Para las insuficiencias humanas ha dejado Cristo laIglesia terrenal. El hecho de que deba ser estructurada y organizada es solo la consecuencia de la debilidad del ser humano. La Iglesia está gobernada por la necesidad, al igual que el estado, con sus leyes y sus límites. Como estructura del mundo, la Iglesia Ortodoxa (del griego Orthos=recta, doxa=alabanza) es una unidad y consta de varias Iglesias locales. Estas corespunden, en su mayoría, al espacio habitado por un pueblo y su lengua: el servicio se da normalmente en la lengua de ese pueblo, no obstante, en algunos países eslavos se utiliza en las liturgias el eslavo eclesiástico, una lengua eslava antigua que se formó y se mantuvo solo en las sagradas liturgias y que hoy en día es de difícil comprensión para la mayoría de los pueblos eslavos. En cuanto al mando, cada Iglesia es autónoma e independiente de las restantes. En este momento existen aproximadamente veinte iglesias autocéfalas y autónomas de distintos pueblos, que abarcan en total más de 150 de millones de miembros.

A través de la Iglesia terrenal estamos en conexión con la celestial: se podría decir que la Iglesia de la tierra es la encarnación de la Iglesia celestial. El Servicio Eclesiástico, el culto, las normas litúrgicas y eclesiásticas, junto con todas las palabras y fórmulas sagradas, encarnan el Espíritu y son la imagen visible de lo invisible, como la paloma sobre la cabeza del Redentor o las llamas sobre las cabezas de los apóstoles. Y así como que la letra representa un sonido, el culto es la expresión de un contenido: el camino perfecto hacia la salvación. El día litúrgico empieza por la tarde (con las misas de vísperas,completas, vigilia, maitines, laudes, tercia, sexta, nona), y continúa como coronación con la liturgia, la más importante de las misas, que se celebra el día siguiente por la mañana.

Ya desde los primeros cristianos, el ortodoxo asiste de pie a las liturgias: según la tradición, él es un peregrino, un viajero por el camino de la salvación, y no abandona su cuerpo a la comodidad que le atrae. El ortodoxo está delante de su Creador, Señor y Juez: como un “acusado” que sabe que sus ofensas son infinitamente grandes. Pero Cristo lo ha “enderezado”, por ello, está erguido, de pie, recto ante Aquel que Se ha levantado de entre los muertos. Parece que asiste a la liturgia pasivamente, pero de vez en cuando se santigua, cae de rodillas, algunas veces tocando el suelo con la frente. La oraciónes la parte más destacada del servicio divino: una misa, de hecho, está compuesta por oraciones. La oración llena toda la vida religiosa: solo a través de la oarción puede el ser humano conocer a Dios y hablar con Él.

Las oraciones se dirigen especialmente a la Sagrada Trinidad, al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo. Hay oraciones para la Santa Madre de Dios, para las potestades angelicales y para todos los santos. Hay oraciones leídas directamente de los salmos, cantadas por todos en coro. Todos rezan juntos. Piden la paz del cielo y la paz del mundo entero, paraque se preserve la unidad de creencia y de fe de las iglesias, para la prosperidad en la tierra y para la salvación de nuestras almas. Y para todos: para los mandos de la iglesia y del mundo, para los humildes. Para los pecadores y para los santos, para los enfermos y para los esclavizados, para los vivos y para los muertos, para todos y para todo.

La Iglesia reza también para los muertos (en rum. ‘dormidos en Dios’). Sus almas siguen vivas en la oscuridad o en la luz, en función del estado en que fueron encontradas cuando dejaron el cuerpo. O bien tienden hacia la luz eterna cerca de Dios, o bien se atormentan a las puertas del reino, como consecuencia de su insensata vida terrenal.

La Iglesia cree profundamente que a través de la oración los muertos mantienen lazos con sus seres querido de aquí, de la tierra; que necesitan nuestras oraciones, consuelo y ayuda ya que, al igual que nosotros, contnúan el desarrollo de su alma a la espera del día del juicio final. Por ello, la iglesia reza por los pecados de los fallecidos, por su paz en aquel lugar sobre el que casi nada sabemos, pero en el que “no hay dolor, ni tristeza, ni suspiro” y donde se empieza teniendo fe. “¡Señor, ten piedad!”, canta el coro. Se repite: “¡Señor, ten piedad!” Las repeticiones son muy típicas. En ciertos casos, en ciertos momentos de la misa, se repite esta corta oración tres veces, doce veces, cuarenta veces, cien veces. Para el que reza es como si llamase una y otra vez a la puerta de la salvación: a aquel que llama se le abrirá. Los santosson, como nosotros, miembros orantes de la Iglesia, pero con una fe y una creencia mucho mayores que las nuestras. Por ello, ellos se hallan cerca del rostro de Dios y por ello pueden rezar por nosotros, “la oración eficaz del justopuede mucho” (Santiago V, 16).

Nuestra oración individual es no obstante floja, y casi simpre débil, pero la comunión con los santos,en la iglesia, es bendita y empoderadora. No solo dirigimos a ellos nuestras oraciones, pidiéndoles ayuda, sino que rezamos junto a ellos, con ellos, en amor común, en esperanza y fe, porque el amor de Cristo nos une a todos en una misma labor. Tal y como el más pecador miembro de la Iglesia goza de la Iglesia, goza también de la intercesión de los santos, de consuelo, de entrega, de amor y bendición. Especialmente el santo cuyo nombre recibes en el bautizo está a tu lado, como si estuvieras en la esfera de sus potestad. El nombre representa la unión, como una relación de parentesco basada en el amor. Por ello, el día de tu santo es más importante que el día de tu cumpleaños: aquel significa la unión con la iglesia celestial, es la fiesta del alma, mientras que el nacimiento se relaciona con el cuerpo y con el mundo. Un lugar especial, por encima de todos los santos, lo ocupa la Madre de Dios: alabada Señora nuestra, madre de Dios, por siempre virgen, María. Ella es el único miembro de la Iglesia sin pecado, aunque no sin el pecado originario; la inmaculada concepción de la Madre de Dios es desconocida para la Iglesia de Oriente. Su falta de pecado (su inocencia) es un hecho personal: un don de Dios misericordioso junto con la auto-entrega de la Virge.

La Iglesia cree profundamente que a través de la oración los muertos mantienen lazos con sus seres querido de aquí, de la tierra; que necesitan nuestras oraciones, consuelo y ayuda ya que, al igual que nosotros, contnúan el desarrollo de su alma a la espera del día del juicio final. Por ello, la iglesia reza por los pecados de los fallecidos, por su paz en aquel lugar sobre el que casi nada sabemos, pero en el que “no hay dolor, ni tristeza, ni suspiro” y donde se empieza teniendo fe. “¡Señor, ten piedad!”, canta el coro. Se repite: “¡Señor, ten piedad!” Las repeticiones son muy típicas. En ciertos casos, en ciertos momentos de la misa, se repite esta corta oración tres veces, doce veces, cuarenta veces, cien veces.

Para el que reza es como si llamase una y otra vez a la puerta de la salvación: a aquel que llama se le abrirá. Los santosson, como nosotros, miembros orantes de la Iglesia, pero con una fe y una creencia mucho mayores que las nuestras. Por ello, ellos se hallan cerca del rostro de Dios y por ello pueden rezar por nosotros, “la oración eficaz del justopuede mucho” (Santiago V, 16). Santos Andrés, Pablo y Pedro Santos Jorge y Demetrios San Juan HrisostomasNuestra oración individual es no obstante floja, y casi simpre débil, pero la comunión con los santos,en la iglesia, es bendita y empoderadora. No solo dirigimos a ellos nuestras oraciones, pidiéndoles ayuda, sino que rezamos junto a ellos, con ellos, en amor común, en esperanza y fe, porque el amor de Cristo nos une a todos en una misma labor. Tal y como el más pecador miembro de la Iglesia goza de la Iglesia, goza también de la intercesión de los santos, de consuelo, de entrega, de amor y bendición.

Especialmente el santo cuyo nombre recibes en el bautizo está a tu lado, como si estuvieras en la esfera de sus potestad. El nombre representa la unión, como una relación de parentesco basada en el amor. Por ello, el día de tu santo es más importante que el día de tu cumpleaños: aquel significa la unión con la iglesia celestial, es la fiesta del alma, mientras que el nacimiento se relaciona con el cuerpo y con el mundo. Un lugar especial, por encima de todos los santos, lo ocupa la Madre de Dios: alabada Señora nuestra, madre de Dios, por siempre virgen, María. Ella es el único miembro de la Iglesia sin pecado, aunque no sin el pecado originario; la inmaculada concepción de la Madre de Dios es desconocida para la Iglesia de Oriente.

Su falta de pecado (su inocencia) es un hecho personal: un don de Dios misericordioso junto con la auto-entrega de la Virgen. Íconos de la Madre de DiosSu amor hacia Dios fue tan grande que eliminó el pecado interior: solo así ella pudo sobrellenarse de gracia. De esta manera, la Madre de Dios es el modelo, el consuelo y la esperanza de toda la cristiandad. Con la ayuda de Dios, el hombre pudo alcanzar la necesaria y ansiada medida de la pureza y de la inocencia para poder volverse merecedor de recibir a Dios encarnado en él, para la renovación de su ser. Según las sagradas liturgias, la Madre de Dios es “el puente que nos lleva a nosotros de la tierra hasta el cielo” y a través de ella “nos hemos vestido en alabanza”. El que no tiene cuerpo tomó cuerpo en ella; en su seno cupo el que no tiene límites, y a su debido tiempo, dio a luz, en el tiempo, al que es eterno. Así que ella es ,,más honrada que los querubines, más alabada sobre manera que los serafines”.

Está por encima de los ángeles del trono de Dios, es decir, por encima de todos los seres, terrenales o celestiales.La Madre y el Hijo son inseparables: la Madre, representante del ser humano, y el Hijo,representante de Dios y del ser humano. En esta representación está el eslabón de unión o el peldaño entre lo creado y lo inconcebido, que Santiago vio en su sueño, “la llave del reino de los cielos”. En la Madre de Dios se unieron los extremos: el ser humano se unió con Dios, la virginidad se unió con la maternidad. Como ser humano y madre, mira al Hijo y por tanto al “consejo de misterio” de la Trinidad, pero solo lo puede hacer a través de su amor puro de madre. Como madre deCristo, ella es la madre de la Iglesia terrenal: la tiene en sus manos protectoras, al mismo tiempo irradiando amor celestial y los más ocultos y misteriosos poderes de madre. Reza a su Hijo, que es al mismo tiempo su Creador: la relación entre ella y la creación es la maternidad. En calidad de madre, ella está llena de piedad, de compasión, fuente eternamente activa de la fuerza divina en la Iglesia.

Sus oraciones se adelantan para ablandar al recto y temible juez. El más empedernido pecador tiene en ella en todo momento una tierna orante, ella es “el árbol adornado con el que muchos se quieren cubrir” y es también “ropa para los desnudos” (Himno Acatisto de la Madre de Dios). El que reza se siente otra vez presa del pecado, por ello se detiene más delante del ícono de la Madre de Dios que delante de otros íconos. Este ícono existe en una gran variedad de formas y edades, pero todas parten del mismo espíritu: el amor. El amor de Dios para el hombre y del hombre para Dios. Cuando el séptimo Sínodo (787) reconoció los íconos, fue la victoria del principio de la libertad: al hombre se le reconoció el derecho de expresar su amor y su oración en todas las maneras que Dios nos dejó. No solo en palabras y sonido se aceptó la descripción y la llamada hacia lo divino, sino en líneas y colores. En su amor para el hombre, Dios dio cuerpo a la Palabra: en su amor para Dios el hombre intenta encarnar lo que no tiene cuerpo. “Para ver la belleza de Dios” (Biblia Ortodoxa, Salmos XXVI,8).

El rostro de Dios es un cuadro en palabras;para darle forma se usaron letras e imprentas. La oración Padre nuestro es sagrada para cualquier crisitiano no por sus palabras, sino por el contenido. Pasa lo mismo con los íconos…. Ellos encarnan lo sagrado y por ello se vuelven sagrados. Esto no tiene que ver con la madera o la pintura, es decir, con lo material, sino con el objeto de su representación. Miramosla belleza de Dios: y no solo con los ojos de nuestra alma, sino con los de nuestro cuerpo también, en Cristo. Lo vemos dentro de la Iglesia, en el grial, en el pan y en el vino después de la transubstanciación, vemos esta belleza en la palabra de la Escritura y en el signo de la cruz. Asimismo, la vemos en íconos.

Hay íconos milagrosos. Por el poder que ellos encierran y despiden, se han curado lasenfermedades de mucha gente que ha rezado delante de ellos. Estos íconos, por tanto, tienen el mismo poder milagroso que las reliquias de santos y santas, el mismo poder que tenían “los paños y delantales de Pablo” (Hechos XIX, 12). Al igual que los paños y los delantales, los íconos y las reliquias tienen el poder de Dios, dador de vida; formaron una relación indestructible con la materia, en una síntesis viva, en una fusión de la sacralidad y el poder del Señor. Por esta razón, la Iglesia cuida y alaba tanto los íconos como las reliquias y les otorga el signo de la sacralidad. Por amor y cuidado se guardan los íconos bajo cerraduras de plata y piedras preciosas. Uno de los más extendidos íconos es el de la cruz.

La cruz es igual de valiosa, igual de sagrada conindiferencia del material del que está hecha. El material tiene formas y aspectos variados, pero la cruz no cambia. Es el signo del Hijo de Dios: el signo de la liberación y del amor, el signo de la victoria de la vida sobre la muerte, es una potestad, una fuente de energía del cuerpo y del alma. Desde el bautizo hasta la tumba, el creyente es llevado por la cruz que lleva al cuello, sobre su suerpo: le protege y corona su cuerpo, que, por otra parte, es “templo del Espíritu Santo”(1 Corintios VI, 19). Esta cruz es la mayor fortuna que el creyente tiene aquí, en la tierra; ella le recuerda siempre de quién es, y a quién sirve. Por el amor a esta cruz muchos se han dejado morir; la cruz manifiesta: soy cristiano. La cruz que llevamos al cuello es de un material duro, pero aunque fuese solo dibujada o solo una señal hecha con la mano, es una cruz.

Con la mano, el creyente hace la señal sobre todo su cuerpo: esta señal es una oración sin palabras y un abandono en las manos de Dios siempre victorioso: “con esta señal vencerás”. La cruz abarca mucho más de lo que se puede expresar con palabras. Ella también da poder, ahuyenta los malos espíritus. Cuando dibuja sobre sí mismo la señal de la curz, el creyente no lleva la mano de cualquier manera: junta en las puntas los dedos gordo, índice y mediano, mientras los otros dos se doblan hacia la palma de la mano. Esta manera de colocarlos es en sí misma un manifiesto: los tres primeros dedos representan la Sagrada Trinidad, y los otros dos, las dos naturalezas de Cristo, la divina y la humana. Un sencillo gesto, por tanto, no solo completa sino también sustituye una larga explicación en palabras. El cuerpo entero, no solo la lengua, participan en la oración. Allí donde no hay palabras, se recurre a los gestos. Al que quieres, le besas.

El ortodoxo besa los dones de Dios: besa la Bilblia, el grial, la cruz, los íconos. Para él, los dones no son cosas sin vida, porque Dios está vivo eternamente, y ellos le ayudan a conocer a Dios: son cosas vivas, le hablan de Aquel que es capaz de dar vida. Y entonces, cae de rodillas, con la frente en el suelo, tomando ejemplo de su Maestro: “se postró sobre su rostro” (Mateo XXVI, 39). La fuerza de este gesto se transmite a todo el cuerpo y ,con el cuerpo, el orante expresa lo que siente desde el más profundo de su ser. Pero no se queda en esta posición. Se levanta en seguida porque Cristo levantó al hombre: por muy bajo que este pueda caer, a través de Él se levanta de nuevo. En ello está todo el poder del gesto, expresado por cada cristiano, y también con ello se expresa una Verdad para todo el cristianismo. Sin dudarlo, el cristiano debe abandonar su antiguo ser y pasar a construir uno nuevo.

La soberbia que nos mantiene bloqueados debe ser la primera eliminada: solo quitándole la camisa de fuerza al orgulloso y lleno de sí mismo, se le puede devolver la libertad de movimeinto, la libertad que solo el amor la consigue. Cuando el cristiano muerde la arena, rompe la escarcha del orgullo y por eso se levanta en seguida, aliviado. La llama de la vela de cera, alumbradora y viva, es la expresión del sentir orante: ¡tal quisiera que fuera mi corazón hacia ti, Señor! La cera, blanda y limpia, obtenida por el trabajo de la incansable abeja – y yo, ¡cuán holgazán soy yo! – la vela esbelta y recta representa aquello que debería irradiar de lo más profundo de la oración del ser humano. Por muchas velas que podamos encender, la llama es una misma: el fuego eterno del trono de Dios.

El mismo calor, la misma luz, la misma pureza encontramos en cada una de ellas. Aquel que reza enciende una vela cogiendo luz de las ya encendidas y la pone delante del ícono, se santigua, se arrodilla y postra su rostro en el suelo. Su ser entero, cuerpo y alma, está rezando, respira y vive en la oración: una vivencia. La vivencia trae experiencia, la experiencia se enriquece y se profundiza: todo ello trae pericia, destreza y sabiduria, y no se puede conseguirlas sino recorriendo este camino. Vida a través de la vida.

La fiestas del año: el Nacimiento y el Bautizo del Señor, el descenso del Espíritu Santo, la Teofanía,todas las fiestas de los santos – todas se celebran en el presente, la Iglesia las vive. No como símbolo o como imagen, no como un recuerdo, sino como unos acontecimeintos que realmente tienen lugar. La fiesta de todas las fiestas: La Pascua. Entonces se junta toda la comunidad en el lugar de culto, a medianoche, para escuchar la buena nueva: ¡Cristo ha resucitado! Ayunaron durante cuarenta días; con ramos recibieron a Cristo al entrar en Jerusalén, una semana antes, y desde entonces estuvieron a Su lado durante toda la Semana Santa, La Semana de la Pasión: la última cena, el lavamiento de pies, la traición de Judas, la crucifixión del Señor, Su entierro en la tumba… todas ellas fiestas grandes, llenas de significación, muy semejantes a las descritas en Jerusalén desde el siglo IV. “Cristo ha resucitado de entre los muertos, con la muerte sobre la muerte pisando, y a los de las tumbas vida dando” canta el coro. “¡Cristo ha resucitado!” clama el sacerdote, “¡En verdad ha resucitadot!” responde la muchedumbre, todos con velas encendidas en las manos. “Es el día de la Resurrección: iluminémonos y alegrémonos. Digámoslo a nuestros hermanos y a los que nos odian, perdonémoslo todo por la Resureección y gritemos: Cristo ha resucitado de entre los muertos…”

Con alegría nos abrazamos, mientras los cantos se siguen rápidamente uno detrás de otro. Ya no hay necesidad de argumentación, ni de explicaciones, se trata solo del sentir interior, del sentir colectivo, de participar con toda el alma al espíritu de la Iglesia. Este sentimiento lo abarca todo, desde la Resurrección hasta el tiempo venidero, hasta el día del Juicio final. Entonces todo se hará a una señal: y será ya mañana, hoy, ahora, en el instante siguiente. “Que el tiempo es corto”(1 Corintios VII, 29). Nu hay tiempo, desde los tiempos de los apóstoles ya no hay tiempo. Nunca tenemos tiempo. Es el reino de los cielos lo que el ser humano busca: este es el contenido y la luz de su vida entera y el punto central. “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo VI, 33). Todas estas cosas – es todo aquello que podría ayudar al cristiano y a la Iglesia, aquí, en la tierra, a encontrar el reino de los cielos. Ningún tipo de miradas perdidas sobre los intereses actuales no deberían, por tanto, ensombrecer lo más valioso: buscar a Dios, encontrarlo. “Mas buscad primeramente el reino de Dios …” y después, pero solo después, se nos darán todas las demás cosas – en la cantidad y en la forma que Dios considera necesarias para nosotros